
Por: Jorge Isaacs
Nací en el Estado del Cauca (basta eso) el 1º de abril de 1837. Fueron mis padres: el señor Jorge Henrique Isaacs, súbdito inglés, que solicitó carta de naturaleza en Colombia a la edad de 20 años, y la obtuvo del Libertador en 1829; la señora Manuela Ferrer, colombiana de nacimiento.
Recibí instrucción primaria en una escuela de Cali y en otra de Popayán (la del señor Luna). En 1848 empecé a estudiar en Bogotá en el colegio del Espíritu Santo, del doctor Lorenzo María Lleras; más tarde cursé también en San Buenaventura y San Bartolomé.
En 1864 publicaron un tomo de versos míos los miembros de la sociedad literaria que aún tiene el nombre del “Mosaico” y de la cual eran los miembros más notables los señores José María Samper, Ricardo Carrasquilla, José María Vergara y Vergara, Salvador Camacho Roldán, Manuel Pombo, José Manuel Marroquín, Eugenio Díaz y David Guarín.
En 1867 se hizo la primera edición de la novela María, la segunda en 1869, etc., etc.
En 1867 fui redactor de La República, periódico que se fundó por la fracción moderada del antiguo partido conservador. Durante los primeros meses en que estuve dedicado a estos trabajos, como desde 1864, fui colaborador de varios periódicos literarios.
Cuando redacté La República creía aún posible poner de todo en toda la fracción avanzada del partido conservador al servicio de la república democrática. En 1868 y 1869, siendo diputado al Congreso Nacional, obtuve el doloroso desengaño y empecé a ser víctima de la demagogia ultramontana y de la oligarquía conservadora. Se me había educado “republicano” y resulté ser soldado insurgente en las filas del partido conservador. Ahora puedo explicarme eso satisfactoriamente.
En 1871 y 1872 desempeñé (a satisfacción del gobierno nacional) el consulado de Colombia en Chile. Colaboré, ya con escritos literarios, ya con otros de diferente clase, en algunos diarios y periódicos chilenos y argentinos.
En 1872 (noviembre), a pesar de haberme instado el poder ejecutivo nacional para que permaneciera en Chile dos años más, insistí en dejar tal empleo, después de haber terminado los trabajos que el gobierno me había dado instrucciones para concluir, convenciones, etc.
Desde febrero de 1873 hasta hoy he vivido consagrado a los trabajos de agricultura en el Valle del Cauca.
Nada que me satisfaga he podido aún hacer en bien y honor del país donde nací, nada que merezca la gratitud de mis compatriotas; pero todavía me halaga la esperanza y a veces creo tener fuerzas para esperar un mejor porvenir (…).
Adición. Agreguemos algo, por si es útil a este triste examen de conciencia.
Desde abril de 1860 hasta diciembre del mismo residí en la capital del Estado de Antioquia y en los pueblos del sur, y en Sonsón.
Regresé al Cauca en 1861, con motivo de la muerte de mi padre y, por haberlo ordenado él así, hube de hacerme cargo de sus intereses hasta 1863. Manejando sus haciendas en aquella época escribí en las veladas los dramas que conservo inéditos y varias de las poesías publicadas por la sociedad del “Mosaico”.
En 1864, al regresar de Bogotá, serví durante un año, hasta octubre de 1865, el destino de subinspector en las tierras de La Castilla y riberas del Dagua. Entonces hice los borradores de los primeros capítulos de María, en las noches que aquel rudo trabajo dejaba libres para mí. Perdida la salud en esos climas, volví a Bogotá en 1866.
Empecé a ser soldado en 1853; tenía a la sazón dieciséis a dieciocho años, y batallé en la campaña que se hizo en el Cauca contra la dictadura de Melo.
La revolución de 1876 me sorprendió, o mejor dicho, me encontró haciendo preparativos contra ella en los municipios del norte del Cauca, según el plan acordado con el doctor Conto. Tomado el norte del Cauca por los revolucionarios, no pude regresar al lado del presidente Conto; atropellando todo peligro y dificultad, fui a poner en conocimiento del doctor Parra la fuerza efectiva con que contaba la revolución y el carácter que asumía. Mucho sirvió eso. Volví a salir de Bogotá el 5 de agosto, después de cuatro días de permanencia allí; atravesé por en medio de enemigos desde las orillas del Magdalena hasta Tierra Adentro; transmonté la cordillera; el 23 de agosto estaba ya en Cali, pudiéndole comunicar al coronel Vinagre Neira la orden del doctor Parra para combatir en “Los Chancos” con los
Zapadores, y ya antes había logrado avisarle al general Trujillo, desde el Valle del Tolima, que no debía combatir hasta la llegada de la Guardia Colombiana a su campamento; el 31 de agosto me batí como capitán del “Zapadores” en la batalla de “Los Chancos”.
Cuando forcé el paso de Otún, el 13 de noviembre del 76, con dos batallones de la tercera división y el “14 de María”, para que pudiera efectuarse el movimiento que desconcertó a los defensores de las riberas del Otún, pasando el ejército por las montañas del Nudo, era sargento mayor y jefe del estado mayor de la tercera división del ejército del sur. Hice la campaña por la banda occidental del Cauca con el general Payán (ya me era hostil el general Trujillo, porque conocía mi adhesión a Conto, por cuyas venas corre la misma sangre que en las mías), y terminé la campaña con la recuperación de Popayán el 26 de abril de 1877. Volví fervoroso a la tarea de la instrucción pública sin quitarme la blusa de soldado, única riqueza que saqué de la campaña.
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Yo era aún niño cuando me enamoré. Mi novia era una muchachita de catorce años, fresca como los claveles del Paraíso, y tímida como una cuncuna recién aprisionada. Yo era todo corazón (y así moriré) y ese corazón era todo, todo de ella. Aquella mujer tan pura y amorosa era mi sueño de todas las horas, mi sueño de los dieciocho años, vivo, encarnado por un milagro. Después… vino la guerra. Año y medio estuve ausente. Los desastres de intereses de mi familia por la muerte de mi padre, me dejaron sin camino y sin porvenir. Tomé la primera senda enmarañada que se presentó. En 1864 dijeron en Bogotá que yo era poeta. Un año cruel pasé después en los desiertos del Dagua. Dos años más, ausente de mi tierra, de junio del 66 a junio del 68. Ahora hace quince meses que estoy aquí lleno de fe ardiente, de valor para soportar penas y vigilias sin número, de juventud eterna en mi alma, de esperanza para lo porvenir.
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Semanas después de haber vuelto a Bogotá, supúseme que podía revivir un contrato para la explotación de hulleras en la Costa Atlántica. Preocupóme el deseo de no perder las penalidades que me costó descubrir y estudiar las de Aracataca. Supe desde 1882 los puntos de la costa guajira en que hay otras carboneras ricas, y sé, también, que las hay ricas por extremo en el Golfo de Urabá. Se dificultó mucho hacer un contrato, porque se me adosaron personas antipáticas para el general Campo Serrano: él deseaba celebrar el contrato conmigo, pero conmigo solo. Así quedó concluido el 24 de junio, como lo verá usted en el Diario Oficial. El gobierno asió de esta manera la oportunidad de convertir en rica fuente de riqueza para el país la explotación de las carboneras en la Costa Atlántica, y acaso tuvo presente también la circunstancia de que yo hallé las que mencioné antes, y de que yo, y no otro, sabía dónde estaban las otras.
Esta empresa es de gran magnitud y de éxito asegurado, según los apoyos que en los Estados Unidos y en París tendré. Necesito recorrer de nuevo los puntos de la costa donde están las carboneras y estudiarlas completamente: hecho así, será preciso, tal vez, ir a Nueva York, según opina el agente poderoso que tendré allá. Será un año de dura labor, de esfuerzo; pero el buen resultado es seguro.
Para emprender los trabajos, viajes, etc., iniciales, es preciso procurarme $ 5.000 a $ 6.000, y eso me retiene aquí aún; será preciso, en cambio de tal suma, dar y asegurar buenas ventajas; así lo haré con toda mesura.
Necesito descansar dos meses en Ibagué con mi familia: estoy muy flaco y fatigado; en ese tiempo concluiré aquel libro, como lo dije antes.
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Sé cuánto le complacerá saber que he coronado felizmente la durísima labor a que he tenido que consagrarme desde 1882, y creo poderle comunicar pronto que el éxito que me tienen anunciado desde París los señores R. Samper y Cía. está obtenido; que ya no estaré detenido, confinado con mi familia en este lugar de penalidades para nosotros en once años, donde sólo de tiempo en tiempo he podido pasar unos meses, batallando por la vida lejos de aquí, casi hasta caer muerto.
Mi salud se quebrantó mucho en los últimos 22 meses. Contraje una afección palúdica que ha sido muy difícil y arriesgado vencer. Me siento ya mejor de las dolencias físicas; las del alma no son temibles porque está vigorosa y entera.
Noticias Culturales, Instituto Caro y Cuervo, Nº 137, Bogotá, 1º de junio de 1972, pp. 16-19.